martes, 6 de mayo de 2008
Un Dia Sin Madres (Part. 2)
El Día M marca un descenso histórico para los fabricantes de productos para el hogar (sus aliados en la lucha contra la inmundicia que entra por las ventanas, regurgita por el retrete e invade el hogar) Con la suciedad y todo, esa ocasión seria también un
maravilloso descanso del coro de reproches: “Me mato todo el día limpiando”; “tu no te has dado el esfuerzo que esto significa”; “nadie reconoce el trabajo del hogar”; “mira nomás como traigo las manos”. Combínense con varias de otras que en esta jornada de libertad NO se escucharan; el lamento de la presión arterial elevada, de los niveles de azúcar al máximo, de la columna vertebral en desintegración pulverizarte. Aun así ¡como nos gusta que nos hagan todo!
En el Día M vástagos grandes y pequeños abandonan la casa sin protección contra los malos espíritus. En los hogares de clase media mexicana el momento de la bendición recuerda a las culturas primitivas, cuando los jóvenes cazadores escuchaban mensajes protectores para sobrevivir a las fieras y sobrevivir a los peligros de una naturaleza indómita. La madre es el vector de la vida religiosa. Le reza a los santos, obliga a ir a misa, conduce a los niños al catecismo (¡puaj!), enciende el cirio pascual y llora para convencer a los bastardos de que se corten el pelo, no sean jotos, o santifiquen su unión y se casen por la iglesia cuando nada más están arrejuntados con la pelada esa que les esta sacando el dinero.
Se sienten dueñas de poderes sobrenaturales para conectarse con el otro mundo empleando novenas y rosarios, mandas y penitencias, flores, estampas y relicarios.
El hijo vive presionado por todo el santoral para no ir al antro. A la hija se le manifiesta santa Rosa cuando se le antoja manosear a un stripper. Pero son ellos mismo quienes piden a mamás que rece para que consigan trabajo, pasen un examen, no están embarazadas o resuelvan un desamor, culpa, perdón y expiación jamás terminan.
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